jueves, 3 de diciembre de 2009

Acerca de mujeres y psicoanálisis

Comencemos este trabajo definiendo al psicoanálisis como un modo muy particular de atender, de escuchar el malestar en la cultura, es decir, como un método que busca aliviar la incomodidad experimentada por una persona en una sociedad que le impone una serie de renuncias, que la coarta. Recordemos a Lèvi-Strauss: “…el aspecto positivo de las prohibiciones marca un comienzo de organización.” “Si la organización social tuvo un comienzo, éste pudo haber consistido solamente en la prohibición del incesto, ya que es, de hecho, un modo de remodelar las condiciones biológicas de emparejamiento y procreación, obligando a la perpetuación solamente dentro de un marco artificial de tabúes y obligaciones. Es aquí, y solamente aquí, donde encontramos un puente de la naturaleza a la cultura, de la vida animal a la humana, y donde estamos en posición de entender la auténtica esencia de su articulación.”
¿Y cuál es ese marco artificial de tabúes y obligaciones? El lenguaje. Lenguaje que determina las relaciones de parentesco, las normas sociales, que hace al mundo al ejercer una presión reductora y unificadora sobre los objetos que lo habitan. Ilustremos las líneas anteriores con una cita del filósofo Nietzsche: “Una palabra es un concepto (…) porque sirve para designar una multitud de cosas más o menos semejantes, esto es, en rigor, no iguales, y por lo tanto, para designar cosas diferentes. Todo concepto nace de la equiparación de cosas diversas. Porque ciertamente, no hay dos hojas iguales, y el concepto hoja se forma por un olvido deliberado de las diferencias individuales.” (Sobre la verdad y la mentira en un sentido extramoral).
Para el psicoanálisis, el sujeto es un efecto del lenguaje que lo divide, lo desgarra, que le impone renunciar al goce, a la plenitud, al objeto absoluto, único que podría aportar la satisfacción total, la resolución definitiva de todo conflicto. Y por estar dividido, desgarrado, carente de un último objeto de satisfacción, el sujeto –el neurótico- sufre, se tortura imaginándose que dicho objeto existe y que no lo tiene porque algún malvado se lo ha quitado o porque él –el sujeto- no lo merece porque no es lo suficientemente inteligente o bueno o atractivo o astuto, etc. Sufre porque al no existir tal objeto, él lo materializa en pequeños objetos que jamás alcanza –se las arregla para no alcanzarlos, sabiendo que al final lo decepcionarán- o que rechaza al descubrir que realmente no son lo que buscaba. Así, los psicoanalistas nos encontramos con una enorme variedad de manifestaciones del malestar en la cultura: sufro porque mi amado no me entiende, sufro porque mis padres me defraudaron, sufro porque nadie me valora… Y muchas veces la inconformidad ni siquiera alcanza a verbalizarse y se presenta como alguna –o algunas, muy precisas o muy vagas- dolencia física o como un estado general de abatimiento que los funcionarios de la salud –por razones más comerciales que clínicas- han llamado depresión; como una sensación de pérdida de control sobre las emociones –que los ya mencionados funcionarios llaman trastornos bipolares o limítrofes- o de otras varias maneras que todos conocemos y que sería ocioso enumerar.
Pero, ¿por qué decimos esto en un trabajo cuyo título nos promete una reflexión sobre las mujeres? Porque ahora nos damos cuenta –al menos eso espero- de que la sexuación, la división del mundo y del sujeto en dos mitades, hombre y mujer, y la regulación de la sexualidad son efectos del lenguaje, de la ley de prohibición del incesto, y están desde el principio del malestar en la cultura del que venimos hablando. Y entonces podemos decir lo siguiente:
“Los sexos mismos, tal como aparecen diferenciados, el ser hombre o el ser mujer, no pueden entenderse como datos inmediatos, sino que son efectos de la lucha de los sexos (…) los sexos son el resultado de un conflicto.” “Las diferencias anatómicas fundamentan la identificación del sujeto con un tipo sexual masculino o femenino investido narcisísticamente en la imagen especular y que desde allí (la identificación) comanda y regula la vida erótica de un sujeto que no podría concebirse ni funcionar al margen de tal identificación.” (Néstor Braunstein)
Esto quiere decir que ser hombre o ser mujer no se reduce a ciertos atributos anatómicos ni a un cierto o incierto rol social. Hombre o mujer, las únicas opciones que se ofrecen en el acta de nacimiento de un sujeto, son una imposición del orden social que ciertamente conllevan una serie de atributos imaginarios con la cual el sujeto se identificará o no en su devenir hombre o mujer. Dicho de otra manera, hombre y mujer son posiciones no equivalentes ni complementarias frente a la ley, formas de tomar y ser tomados por las palabras en un siempre inacabado llegar a ser. (Si alguien sospecha que estamos diciendo que la pretensión de saberse hombre o mujer, la pretensión de saber qué es y cómo debe ser un hombre o una mujer, es una idea neurótica –y que es o puede llegar a ser causa de sufrimiento- está en lo correcto.)
Y como hemos dicho que hombre y mujer son posiciones no equivalentes ni complementarias sería muy interesante decir ahora cuáles son las diferencias, cuál la asimetría. No obstante, dada la extensión del tema, habrá que esperar otro trabajo o los interesados habrán de acudir a su psicoanalista más cercano y/o a la bibliografía pertinente. Sin embargo, podemos adelantar lo siguiente:
Si estamos de acuerdo en que “el puente de la naturaleza a la cultura” está cimentado sobre la regulación de las condiciones de emparejamiento y procreación, sobre la artificialidad de dicha regulación, entonces entenderemos que
a) la sexualidad, para el psicoanálisis, no pertenece al sexo ni al género.
b) el falo instituye a los seres como sexuados por la diferencia –significante- entre unos y otras.
c) La comedia de los sexos se organiza –como nos muestra la clínica psicoanalítica- en torno a tener el falo, serlo, temer perderlo, querer adquirirlo, simularlo, ocultarlo, remplazarlo por atributos investidos de su valor o por objetos que lo subliman tales como el propio cuerpo, el saber, la belleza…
Porque
El falo, en cuanto órgano, da consistencia imaginaria al deseo y se convierte así en un elemento tercero e indispensable para el acto sexual, planteando una asimetría en los concurrentes al acto sexual en donde uno, llamado mujer, tiene que provocar su erección en el cuerpo del otro mientras que ese otro, llamado hombre, así convocado, debe sostenerla. (Néstor Braunstein)
Y en cuanto significante, el falo plantea al sujeto en ciernes la dimensión de su falta –esa falta de la que hablamos antes- bajo la forma de una prohibición, la del goce absoluto, la que está inscrita en los términos de prohibición de la madre, es decir, de complementariedad total entre dos seres humanos que al complementarse dejarían de ser dos para llegar a ser uno. Y como uno no es ninguno…
Claro que ahora habría que extendernos sobre los conceptos falo, significante, goce, madre, sexualidad, etc. Pero, como ya hemos dicho, eso será en otra ocasión.
Terminemos recordando que: “el método psicoanalítico es una práctica que, al contrario de un proceso de identificación, busca precisamente liberar al sujeto de amarres imaginarios (como las ideas preconcebidas de “hombre” y “mujer”; el subrayado y este agregado son míos) para que pueda marcar su diferencia y ejercerla de manera singular y creadora.” (Betty Fucks)
El ámbito analítico es propicio para el devenir hombre o mujer, para la invención de nuevos modos de abordar el dilema de ser o no ser… hombre o mujer.
Y como final final digamos que no tenemos la última palabra sobre la esencia de lo femenino, sobre el ser mujer, pero sí nos atrevemos a sugerir que se encuentra más allá de esa “curiosa” relación entre las mujeres y el otro llamada histeria.